
Cuando la memoria, como una máquina del tiempo, recorre los caminos que hemos hecho, aparecen, entre otros recuerdos que se creían olvidados, aquellas enormes salas de cine de barrio, donde con una sola entrada se podían ver tres películas, con algunos intervalos.
Por las noches, el techo corredizo, con un ruido caracteristico, dejaba ver un cielo azul iluminado de estrellas.
Luego, la pantalla se encendía y se escuchaba los acordes conocidos que anunciaba la salida del Noticiero Argentino. Los chicos se revolvian inquietos en sus asiento esperando que concluyera para que por fín, aparecieran los titulos de la primer película. Estos no eran simples cines de barrio, ya que podían competir de igual a igual con los de la calle Lavalle, por la calidad de las películas y la comodidad de las salas. Solo se diferenciaban en que, casi todos los espectadores se conocían del barrio, se saludaban, tenían charlas amistosas, hasta que el aomodador anunciaba que se hiciera silencio para el comienzo de la película.
Entre algunos cines barriales se pueden mencionar los de Flores, como el cine Fénix, Pueyrredón, Gran Rivadavia, Rivera Indarte o el San José de Flores, que en su mayoría han desaparecido o se han convertido en bingos, boliches bailables o escenarios de pastores con sus arengas.
Las películas de estreno se podían ver sin tener que viajar al Centro y en los Carnavales, las murgas brillaan en todo su esplendor arriba de los escenarios.
En los años 40 no había un solo chico o chica que se perdiera los domingos para ver las continuadas de cowboys, donde se peleaban con los indios, y la algarabía de los pibes que se ponían del lado de uno u otro de los que luchaban. O una joven parejita que se resguardaba en la oscuridad de la sala, y tomados de la mano se daban un beso timidamente.
Para no tener que comprar golosinas o helados, algunas madres les preparaban a los pibes tremendos sanguches de mortadela, que al desenvolverlos de sus servilletas limpias ynplanchadas, transmitían su aroma penetrante a toda la sala.
Otros, en cambio, se divertían comprando un chupetín largo y en forma de cono, que chupaban su punta para hacerla finita y de ese modo pinchar a un amigo que estaba sentado delante.
También se había impuesto un "día de damas", el que era reservado para proyectar películas argentinas de amor o de conflictos familiares, frente a las cuales las mujeres llenaban sus pañuelos de lágrimas, por los grandes dramones.
En el intervalo, el chocolatinero recorría la sala ofreciendo en su bandeja bamboleante riquisimos helados, chocolates y golosinas variadas, al que rodeaban con entusiasmo los menudos clientes.
Mientras tanto, en el frente de los cines, anunciaban con rutilantes afiches y fotografías prendidas con ganchos, los films más emblemáticos con los artistas más requeridos de la época.
Cuando los viejos proyectores se ponían en marcha, los aplausos ruidosos se escuchaban en la sala. En este punto, pensando que todos los barrios deberían conservar sus tradicionales cines, aparece en mi memoria la película "Cinema Paradiso", que hablaba del amor de los habitantes del lugar por la cinematografía y lograron reflotar esa sala del barrio, que nunca debería haber cerrado.Ellas poseían la magia de la infancia, la sorpresa de aquellas imágenes tan entrañables pra la memoria, que son referentes de la vida social de un barrio, que forman parte de su identidad y de su historia.
Por las noches, el techo corredizo, con un ruido caracteristico, dejaba ver un cielo azul iluminado de estrellas.
Luego, la pantalla se encendía y se escuchaba los acordes conocidos que anunciaba la salida del Noticiero Argentino. Los chicos se revolvian inquietos en sus asiento esperando que concluyera para que por fín, aparecieran los titulos de la primer película. Estos no eran simples cines de barrio, ya que podían competir de igual a igual con los de la calle Lavalle, por la calidad de las películas y la comodidad de las salas. Solo se diferenciaban en que, casi todos los espectadores se conocían del barrio, se saludaban, tenían charlas amistosas, hasta que el aomodador anunciaba que se hiciera silencio para el comienzo de la película.
Entre algunos cines barriales se pueden mencionar los de Flores, como el cine Fénix, Pueyrredón, Gran Rivadavia, Rivera Indarte o el San José de Flores, que en su mayoría han desaparecido o se han convertido en bingos, boliches bailables o escenarios de pastores con sus arengas.
Las películas de estreno se podían ver sin tener que viajar al Centro y en los Carnavales, las murgas brillaan en todo su esplendor arriba de los escenarios.
En los años 40 no había un solo chico o chica que se perdiera los domingos para ver las continuadas de cowboys, donde se peleaban con los indios, y la algarabía de los pibes que se ponían del lado de uno u otro de los que luchaban. O una joven parejita que se resguardaba en la oscuridad de la sala, y tomados de la mano se daban un beso timidamente.
Para no tener que comprar golosinas o helados, algunas madres les preparaban a los pibes tremendos sanguches de mortadela, que al desenvolverlos de sus servilletas limpias ynplanchadas, transmitían su aroma penetrante a toda la sala.
Otros, en cambio, se divertían comprando un chupetín largo y en forma de cono, que chupaban su punta para hacerla finita y de ese modo pinchar a un amigo que estaba sentado delante.
También se había impuesto un "día de damas", el que era reservado para proyectar películas argentinas de amor o de conflictos familiares, frente a las cuales las mujeres llenaban sus pañuelos de lágrimas, por los grandes dramones.
En el intervalo, el chocolatinero recorría la sala ofreciendo en su bandeja bamboleante riquisimos helados, chocolates y golosinas variadas, al que rodeaban con entusiasmo los menudos clientes.
Mientras tanto, en el frente de los cines, anunciaban con rutilantes afiches y fotografías prendidas con ganchos, los films más emblemáticos con los artistas más requeridos de la época.
Cuando los viejos proyectores se ponían en marcha, los aplausos ruidosos se escuchaban en la sala. En este punto, pensando que todos los barrios deberían conservar sus tradicionales cines, aparece en mi memoria la película "Cinema Paradiso", que hablaba del amor de los habitantes del lugar por la cinematografía y lograron reflotar esa sala del barrio, que nunca debería haber cerrado.Ellas poseían la magia de la infancia, la sorpresa de aquellas imágenes tan entrañables pra la memoria, que son referentes de la vida social de un barrio, que forman parte de su identidad y de su historia.
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