miércoles, 22 de septiembre de 2010

MORIR EN LA PLAYA

Todo me era familiar. Esa playa, el muelle....era como si el tiempo se hubiese detenido en ese preciso lugar y retomaba su ritmo a mi regreso. Hasta esa gaviota herida sobre la arena. Esa gaviota....
Me acerqué a ella con el íntimo convencimiento de que ya había hecho ese mismo gesto en otro momento, a esa misma hora y en las mismas circunstancias. ! Que extraño me resultaba ese pensamiento, esa sensación! ! Y que familiar todo aquello!.
Estiré la mano para tocarla y percibí en sus ojos como una suplica casi humana que me dejó paralizada. Miré a mi alrededor, buscando a alguien, como pidiendo ayuda yo también, pero no había nadie, nadie.
Toodo era un desierto, un arenal rubio con los ecos infinitos de las olas y el sol ardiendo sobre la piel desnuda. No podía ayudarla. Me senté junto a ella observando el mar embravecido y pensé: a mí también me llegó la hora,pequeña amiga vagabunda. Esperemos las dos el final en esta comarca tibia, alejadas del incierto mundo.
Me sentí como esos objetos que se suceden con intermitencia a lo largo de las playas: botellas vacías, trozos de madera podrida y que por momentos no se sabe si han salido del fondo del mar o han sido puestos por una mano indiferente como ofrenda.
Respiré hondo una bocanada de aire salobre. El mar, la gaviota y yo como tres soledades purificadas por la acción de la Naturaleza.
Pasaron varios minutos...¿ o fueron horas, días? ...no se precisar cual fué la dimensión del tiempo que nos fundió en un solo ser. Tal vez me dormí, no lo sé, pero en mi inconciencia sabía que cada movimiento que realizaba, cada pensamiento, cada gesto, era la repetición de otro que había tenido y sentido en otra dimensión, en otro tiempo.
De pronto un dolor profundo me atravesó el pecho encogiendome, al igual que a la gaviota.
La miré como pretendiendo solidaridad olvidando su agonía.
Noté un temblor en su cuerpo casi exánime. Aún conservaba en sus alas el hábito de la libertad, el poder del espacio. Arriba, en el cielo claro se recortaban las figuras de otras aves,
ausentes a nuestro destino. Me recosté sobre una roca dispuesta a vivir la muerte de un pájaro .El mar me llamaba con su gran boca de pez...
Cuando abrí los ojos la gaviota había desaparecido, ni un rastro de ella sobre la arena, como si jamás hubiera existido . Quise gritar , llamarla, pero mi garganta no emitió sonido alguno.
Había anochecido. Entonces comprendí con mezcla de angustia y liberación lo que había sucedido. La gaviota y yo....
La playa volvió a quedar desierta.