LLora la calesita de la esquinita sombrìa/y hace sangrar las cosas que fueron rosas un dìa..." dicen las estrofas del tango que escribiera Càtulo Castillo. Y es cierto, hoy las cosas no estàn teñidas color de rosa para los argentinos, ni para el clàsico y legendario divertimento de varias generaciones: La calesita.
Las pocas que se ven resisten, a pesar de todo, como terca institución que se niega a desaparecer por decreto. Son como una postal sepia de infancias sin complicaciones, cuando existía el tranvía, los barquilleros y los barriletes hechos de papel y colas de trapos anudados.
Un aquelarre de caballos enormes, carrozas, inimaginables cohetes y torpedos constituía la parafernalia de la c alesita de aquellos tiempos.
Todavía , a principios d ela década del 50, un caballo flaco, con arneses ruines, era el motor de giro, el protagonista de esa aventura infantil.
Los giros, redondos y cadenciados, garantizaban la risa de aquel que participaba de ese crucero y la repetición inacabable del circuito.
Placer y libertad era lo que sentían los pibes y acompañando ese sentimiento canciones infantiles, valses o algún tango y la felicidad ilusoria de capturar la sortija de la mano esquiva.
Despuès, la ingenuidad y la fantasía quedaron relegadas cuando aparecieron los primeros locales de videojuegos, peloteros y otras yerbas, reduciendo la calesita al mudo sueño de los infantiles más pequeños e ingenuos.
Las pocas que se ven resisten, a pesar de todo, como terca institución que se niega a desaparecer por decreto. Son como una postal sepia de infancias sin complicaciones, cuando existía el tranvía, los barquilleros y los barriletes hechos de papel y colas de trapos anudados.
Un aquelarre de caballos enormes, carrozas, inimaginables cohetes y torpedos constituía la parafernalia de la c alesita de aquellos tiempos.
Todavía , a principios d ela década del 50, un caballo flaco, con arneses ruines, era el motor de giro, el protagonista de esa aventura infantil.
Los giros, redondos y cadenciados, garantizaban la risa de aquel que participaba de ese crucero y la repetición inacabable del circuito.
Placer y libertad era lo que sentían los pibes y acompañando ese sentimiento canciones infantiles, valses o algún tango y la felicidad ilusoria de capturar la sortija de la mano esquiva.
Despuès, la ingenuidad y la fantasía quedaron relegadas cuando aparecieron los primeros locales de videojuegos, peloteros y otras yerbas, reduciendo la calesita al mudo sueño de los infantiles más pequeños e ingenuos.
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