Canción escrita por Nelida Santanna
Música de Mario Clavell
Sucede que a veces me sucedo
y me repito el estribillo de los días...
me canto la canción de los recuerdos
con un gesto de gris melancolóa
Sucede que a veces me descubro
y aparezco discutiendo con mi sombra
y golpeo con los puños
los muros del silencio
Sucede que a veces me sucedo
Sucede entonces que giro sin cesar
en mis palabras
Ocurre entonces que el tiempo se nos va
para los dos
y tu mano sin preguntas
acaricia mi ansiedad
y construye para mí
nuevos caminos
Sucede que mi pena está en tu pena
Yo la siento deteniendo mi alegría
Sucede que tu ausencia me entristece
y me desviste el color de las pupilas.
Sucede que asomada a mi ventana
si esquivo el dolor de las heridas
dejaré esta loca historia
la más dulce de mi vida
que conmueve en lo más hondo
de mis días
ESTRIBILLO
Sucede que a veces me sucedo
y me repito el estribillo de los dias.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Memoria de los domingos

Los domingos,
esos domingos redondos y brillantes
como una moneda pulida
cabían en el patio grande de mi casa,
en la plaza
y en el cine de mi barrio.
Amaba los domingos buscavidas
y la sinfonía de colores
en la vieja calecita
con su música gastada
y cuando en las noches de verano
miraba desde la ventana las estrellas
como fantasmas de plata,
soñaba con hacer un viaje lejos,
muy lejos,
hasta tocar el alba.
Ya desde entonces quería somarme al mundo
y ver crecer la vida
desde la puerta de mi casa.
Me gustaba ver a los blancos albañiles
levantando paredes con sus manos
y a los carpinteros armar
los grandes esqueletos de los barcos.
Mi padre era herrero
y en la siesta lo espiaba
junto a su sonoro yunque
moldear el hierro
con sus manos cansadas.
Los domingos blancos de mi niñez
y de mi tumultuosa adolescencia.
Esos días cómplices que se estiraban hacia los grillos y las auroras.
Esos domingos ya nunca volverán,
pero quedarán vivos en la persistente
memoria del tiempo,
en la dulce cadencia de la siesta.
esos domingos redondos y brillantes
como una moneda pulida
cabían en el patio grande de mi casa,
en la plaza
y en el cine de mi barrio.
Amaba los domingos buscavidas
y la sinfonía de colores
en la vieja calecita
con su música gastada
y cuando en las noches de verano
miraba desde la ventana las estrellas
como fantasmas de plata,
soñaba con hacer un viaje lejos,
muy lejos,
hasta tocar el alba.
Ya desde entonces quería somarme al mundo
y ver crecer la vida
desde la puerta de mi casa.
Me gustaba ver a los blancos albañiles
levantando paredes con sus manos
y a los carpinteros armar
los grandes esqueletos de los barcos.
Mi padre era herrero
y en la siesta lo espiaba
junto a su sonoro yunque
moldear el hierro
con sus manos cansadas.
Los domingos blancos de mi niñez
y de mi tumultuosa adolescencia.
Esos días cómplices que se estiraban hacia los grillos y las auroras.
Esos domingos ya nunca volverán,
pero quedarán vivos en la persistente
memoria del tiempo,
en la dulce cadencia de la siesta.
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